Como promete su título, el segundo concierto del ciclo Tiempo de cámara es un verdadero viaje hacia un “otro lugar” íntimo y a la vez compartido. Las voces del coro de la ORCAM, escoltadas por el piano de Karina Azizova, se convierten aquí en el vehículo perfecto para descubrirnos las intenciones de los autores del programa. El virtuosismo expresivo de Henri Duparc, la espiritualidad de Mel Bonis, la modesta elegancia de Gabriel Fauré y la vívida “pintura” de Claude Debussy, entre otros, se suceden haciendo vibrar las palabras de poetas como Charles Baudelaire, Sully Prudhomme, Théophile Gautier o Paul Bourget. Un viaje en el que la música nos hará transitar por las impresiones más sutiles e impalpables de la existencia humana: la ausencia, el anhelo de lo inaccesible, la pasión atormentada, la frustración por una expectativa que nunca se cumple, el dolor inseparable del deseo, el enfrentamiento entre un pasado imaginado y un futuro esperado, la ensoñación como refugio…
Conozcamos nuestra hoja de ruta:
El trayecto que nos espera es circular. Tanto en la primera parada como en la última visitaremos los mismos versos de Baudelaire: los de su poema L’invitation au voyage (Invitación al viaje). Al principio lo haremos de la mano de la música de Henri Duparc y, para terminar, nos acompañará la partitura homónima de Yves Castagnet. Durante el viaje será nuestro guía el director francés Marc Korovitch y, en buena parte del recorrido, seguiremos la senda trazada por los arreglos corales de Denis Rouger de obras originalmente pensadas para voz y piano.
Henri Duparc (1848-1933) compuso L’invitation au voyage para voz y piano en 1870. El famoso poema de Baudelaire en el que se inspiró está dedicado a una de las amantes del poeta, posiblemente Marie Daubrun, una actriz con la que mantuvo una breve pero tormentosa relación. Baudelaire le habla a su amada de la posibilidad de huir juntos a un lugar ideal donde reina la belleza, la calma y el bienestar. Duparc toma las tres estrofas del poema y ofrece una melodía suave y de ritmo lento que permanece esencialmente igual sobre un acompañamiento que cambia evocando la sensualidad, el éxtasis y la emoción del texto.
Le suceden otras dos canciones de Duparc, también escritas para voz y piano: Chanson triste (Canción triste) y La vie antérieure (La vida anterior). En 1868, a los veinte años, Duparc compuso Chanson triste sobre versos del poeta Jean Lahor (Henri Cazalis). Aunque el tono de la canción no es abiertamente desesperado, capta perfectamente la suave melancolía del poema. El acompañamiento, con el balanceo de los arpegios y la iridiscencia armónica, recuerda a Schumann. Por su parte, La vie antérieure es la última canción de Duparc, escrita en 1884 de nuevo sobre otro poema de Baudelaire. El compositor solo contaba por aquel entonces con treinta y seis años y nada hacía pensar que su carrera acabaría aquí, aunque viviera cerca de cincuenta años más. Solo dejó escritas diecisiete canciones y la sensación, cuando las escuchamos, de todo lo que nos hemos perdido por culpa de la enfermedad nerviosa que privó a Duparc de seguir componiendo. El estilo de esta última canción parece reflejar su tormento: pedales obsesivos y repetición de fórmulas breves cuya función es unificar la pieza, pero también traducir las ideas fijas que acechan a la persona ansiosa.
Sigue nuestro recorrido con la compositora francesa Mélanie Hélène Bonis (1858-1937), conocida como Mel Bonis. Escucharemos dos de sus piezas para piano: Gai printemps, op.11 n.º 1 (Alegre primavera) y Barcarolle, op.71 (Barcarola). El impromptu Gai printemps es una suerte de vals de inocente y deliciosa vivacidad que expresa juventud y alegría. Con todo, la presencia de sutiles contrapuntos, muy similares a los que estamos acostumbrados a ver en la música de Robert Schumann, requiere una preparación minuciosa del pianista. De hecho, la pieza todavía se escucha en concursos de piano en conservatorios franceses. Por su parte, Barcarolle es una de las piezas más sofisticadas de Bonis. Los arpegios ascendentes y descendentes crean el efecto del agua que fluye, mientras que la melodía, que se acompaña intermitentemente de un sutil contrapunto, parece mostrar el carácter alegre del gondolero. Entre estas dos piezas de Bonis escucharemos canciones de Gabriel Fauré y Claude Debussy.
Gabriel Fauré (1845-1924) destacó especialmente en el campo de la música más intimista, sobre todo en sus mélodies o canciones que le encumbraron como el maestro. Dentro de ellas quizás la más conocida sea Aprés un rêve (Después de un sueño), concebida originalmente para voz y piano, aunque transcrita posteriormente para multitud de instrumentos. Fauré la compuso en 1877 sobre un poema de su amigo el poeta y profesor de canto Romain Bussine, quien a su vez realizó la trascripción de un antiguo poema toscano anónimo. La canción desprende tristeza y melancolía. Describe un sueño: un vuelo romántico, lejos de la Tierra y “hacia la luz”. Al despertar, el protagonista anhela volver a la “noche misteriosa” y dejarse embriagar por sus engaños.
Para escribir su Chanson du pêcheur (La canción del pescador), datada en 1874, Fauré se inspiró en un poema de Théophile Gautier. La canción refleja el dolor solitario del protagonista en armonías que sugieren el vacío del duelo y un estado mental inestable. En la apertura, los tresillos intermitentes del acompañamiento evocan el remar de un pescador. A medida que la canción avanza, las palabras brotan con facilidad de la voz y un horizonte emocional inicialmente comprimido se amplía hasta convertirse en un paisaje marino afligido. Fauré volvería a esta obra, originalmente escrita para voz y piano, para orquestarla un cuarto de siglo después.
La tercera canción que escucharemos de Fauré, Les berceaux (Las cunas), se inspiró en un texto de Sully Prudhomme. El tema del poema es un juego de palabras entre los barcos, en los que los marineros se hacen a la mar, y las cunas, más pequeñas, pero de similar forma, en las que las madres acunan a niños que tal vez nunca conozcan a su padre. Fauré escribió una mezcla de canción de cuna y barcarola en si bemol menor, una de sus tonalidades más preciadas.
Contrasta con Nell, la última de las canciones de Fauré que cantará nuestro coro acompañado por el piano. Toda la pieza respira un aire de tímida dulzura y una capacidad infinita para la devoción, siguiendo los versos del poeta Charles-Marie-René Leconte de Lisle. Todo se conjuga para formar una obra maestra: la melodía, la textura armónica, la profundidad de sentimiento y la combinación de los medios literarios con los musicales.
Nuestro viaje nos conducirá después a la música de Claude Debussy (1862-1918). Romance es la primera pieza de su conjunto de canciones Deux Romances (Dos romances) publicadas en 1891. Debido a las similitudes entre el nombre de la canción y el ciclo, a menudo se hace referencia a la primera por su título secundario: L’âme évaporée (El alma que se desvanece). Está basada en el poema Les aveux (Las confesiones) escrito por el poeta francés Paul Bourget, reputado novelista, contemporáneo del compositor, a quien se atribuye aquella famosa frase: “hay que vivir como se piensa, si no, se acaba por pensar como se ha vivido”. El “alma que se desvanece” en el poema es el alma de los lirios, su aroma, la metáfora que utiliza quien se pregunta por un amor perdido. Tan volátil es este aroma como incomprensibles pueden ser las razones del abandono. La canción solo podía ser tierna y delicada. La voz comienza declamando después del preludio de piano. El resto de las frases forman elegantes arcos que prácticamente permanecen entre el piano y el pianissimo. Verdaderamente esta canción es como un suspiro.
Por su parte, Beau soir (Bello atardecer) es una de las primeras canciones para voz y piano compuestas por Debussy. No hay acuerdo respecto a la fecha exacta de su creación, aunque parece bastante probable que fuese en torno a 1880, cuando Debussy no habría cumplido aún los veinte años. En esta pieza el compositor puso música de nuevo a versos de Bourget que exploran la fugacidad del tiempo y el carpe diem, mediante la descripción, esta vez, de la belleza de una puesta de sol y las sensaciones que provoca. Nos recuerda que todo es pasajero. En esta canción resulta patente la búsqueda de Debussy de la perfecta unión entre música y texto. Cada matiz de la partitura nos remite al contenido del poema de Bourget, como en ese acompañamiento de los últimos versos, donde la ondulante melodía nos evoca las olas que suave, pero inexorablemente, llegarán a su destino.
Y el nuestro, por el momento, nos trae tres de las Four songs of love (Cuatro canciones de amor) del compositor, esta vez sueco, Sven-David Sandström (1942-2019). A diferencia de las anteriores piezas, escritas originalmente para voz y piano y arregladas después para coro y piano por Denis Rouger, nos encontramos ahora ante una partitura pensada específicamente para coro a capella. Sandström combina textos del Cantar de los Cantares en un diálogo entre las voces más agudas y graves del coro. Cada una de estas canciones, pese a su brevedad, logra encapsular perfectamente un momento en el tiempo, ya sea despertarse al lado de un ser amado o el momento de la pasión. Las conocidas técnicas vocales extendidas de Sandström ayudan a crear la atmósfera de tensión y liberación a lo largo de este conjunto.
Aunque conocemos al compositor ruso Sergei Rachmaninoff (1873-1943), principalmente por su música instrumental, también escribió más de seis docenas de canciones. Entre las más populares se encuentra Vocalise, op. 34, n.º 14, la última de un ciclo de catorce canciones escritas mayoritariamente a partir de textos de poetas rusos. Curiosamente, como sugiere su título, Vocalise es una excepción. Fue escrita como una canción sin palabras, pero no sin una vocal elegida por el o la solista para sostener su inquietante y casi hipnótica melodía. Rachmaninoff la compuso originalmente para soprano o tenor con acompañamiento de piano y la dedicó a la soprano Antonina Nezhdanova, quien dio la primera interpretación, con Rachmaninov al piano, durante un programa dirigido por Serge Koussevitzky en Moscú el 24 de enero de 1916. Rachmaninoff había revisado la canción el año anterior y, tras su exitoso estreno, hizo varios arreglos instrumentales: uno para violín y piano, otro para violonchelo y piano, y otro para orquesta que se convertiría en una de sus obras cortas más exitosas y queridas por el público. De hecho, Vocalise es mucho más conocida en este arreglo orquestal que en su forma original. Nosotros la escucharemos en un arreglo de Elger Niels para coro y soprano solista que se alternará con un violonchelo.
Y llegamos al término de este viaje revisitando la invitación de Baudelaire (L’invitation au voyage), pero acompañados esta vez por la música del compositor y organista francés Yves Castagnet (1964), organista del coro de la Catedral de Notre Dame de París, donde acompaña los oficios diarios cantados por la Maîtrise de la Catedral. Fue en 2006 cuando el francés escribió esta canción para coro y piano. Se trata de una singularidad dentro de su producción, ya que el resto de su obra vocal está basada en textos sagrados. Castagnet la escribió para el coro Figure humaine, fundado y dirigido por su amigo Denis Rouger, arreglista de la mayoría de las canciones francesas que hemos escuchado durante nuestro viaje. Rouger fue durante muchos años director del coro de la Maîtrise de Notre Dame de París, antes de enseñar dirección coral en la Hochschule de Stuttgart, y fue allí donde coincidió con Castagnet. Los hermosos arreglos corales de Rouger que hemos escuchado durante nuestro recorrido inspiraron a Castagnet para componer esta pieza.
El círculo se cierra y nuestro viaje termina aquí.