Richard Strauss y Carl Orff compartieron trayectorias marcadas por la controversia, tanto por su supuesto conservadurismo musical como por sus respectivos vínculos con el Tercer Reich. El mayor de ambos —Strauss— inició su carrera en la última década del siglo XIX como abanderado del modernismo musical germánico. Sin embargo, a mitad de su carrera sorprendió al mundo con la ópera El Caballero de la rosa (1911), un giro nostálgico hacia una estética neorromántica que mantuvo hasta el final de su vida. Su posterior relación con el Tercer Reich enturbió su legado, aunque sus aparentes concesiones al régimen se explican por su voluntad de proteger a la familia de su nuera judía y, por extensión, a sus nietos.
Unos treinta años más joven, Orff se erigió como promesa musical de la Alemania nazi con Carmina Burana (1937), una cantata escénica inspirada en textos medievales cuya fama ha trascendido ampliamente el ámbito de la música de concierto hasta convertirse en un auténtico hit de la música del siglo XX. Lejos de congeniar con los valores supremacistas del régimen nazi —Orff hubo de ocultar sus raíces judías para preservar su vida—, Carmina Burana es una exaltación del eros cuyo estilo musical se nutre de los ideales progresistas de la República de Weimar, caracterizados por su vocación pedagógica y comunitaria y por su compromiso con la democratización de las artes y la música.
Rafael Fernández de Larrinoa
Musicólogo y profesor de análisis musical